La resaca de la pandemia vivida de forma intensa en el año 2020 y la primera mitad de 2021, ha hecho que la población en general con mayores posibilidades económicas, también llamada “primer mundo”, vuelva a la senda de la demanda de bienes y servicios, para olvidar la pesadilla de aquellos amargos meses, en donde se nos prohibió cualquier movimiento imprescindible para salvar la vida (¿). En esa misma dirección las empresas han iniciado igualmente desde hace meses una escalada de producción, para atender las necesidades que quedaron cortadas por el confinamiento, salvo lo más básico para seguir subsistiendo.
Estamos viviendo recientemente, algo parecido a aquella “época de entreguerras” de los años 20 del siglo pasado, (periodo 1919 a 1939, entre la primera y la segunda guerra mundial), en donde, aparte de otros acontecimientos como el surgimiento de nuevas naciones potencias, la revolución rusa o la creación de la Sociedad de Naciones en busca de una paz duradera, y para el caso que nos ocupa, se produjeron años prósperos por la reconstrucción, la gran demanda de bienes, la vida alegre y las buenas cosechas, después de los muchos destrozos de la agricultura sobre todo en Europa, que hizo vivir un periodo igualmente inflacionario con recesión incluida, que terminaría con la gran depresión de 1929. Aunque no estamos en el mismo contexto, hayamos aprendido de estos hechos y los economistas conozcamos algo más la historia, no es menos cierto que los ciclos y los acontecimientos más o menos parecidos se repiten en el tiempo, lamentablemente por las decisiones de unos pocos que afectan a muchos.
Por lo tanto esta situación inflacionaria de ahora, ya la hemos vivido en muchas ocasiones y en particular en España en tiempos pretéritos, como fue los finales de los años 70 del siglo pasado, que se llegó a porcentajes del 28% en agosto de 1977, por diversas razones, y como casi siempre por la subida de los precios de los combustibles.
Aquellos años que muchos recordamos con una situación económica complicada, de muchas tensiones en la calle, pérdida de horas laborales, cambios estructurales y políticos, modernización de la industria, democratización de las instituciones, etc., se vió agravada además de por la propia trayectoria interna, que para algunos economistas se ha definido como que, …… “ nuestro país fue donde la crisis alcanzó mayores cotas de gravedad, por el desarrollismo de los sesenta y primeros setenta con una configuración de una economía protegida, burocratizada y con numerosas ineficiencias productivas que se plasmaron en una elevada dependencia tanto del factor energético como del trabajo”, además de todo ello, como decimos, por los numerosos factores internacionales.
Años atrás los Estados Unidos de América, habían entrado en recesión a finales de los sesenta y principios de los setenta, tras un gran crecimiento económico experimentado después de la Segunda Guerra mundial, que hizo que el dolar se convirtiera en la moneda oficial de las transacciones internacionales. Los acuerdos de Bretton Woods de 1944, llegaron a establecer el patrón dólar-oro como la base del funcionamiento de la economía mundial, aunque la gran cantidad de dólares en el exterior, con respecto a las reservas de oro internas americanas, y el excesivo gasto derivado de la guerra de Vietnam, provocaron que este sistema se hundiera y se pusiera en marcha una nueva etapa de tipos de cambio flotantes, con la consiguiente devaluación del dólar y el encarecimiento de los materia primas importadas. A todo ello se unió la subida de precios del petróleo en 1973, desencadenada por la decisión de los países árabes de la OPEP, como embargo a los países occidentales, incluido Japón, que apoyaron a Israel en la guerra del Yom Kippur, en la que se produjo la invasión de Egipto y Siria, de parte de los terrenos que Israel había ocupado en 1967 en la península del Sinai y altos del Golán. El resultado de esta mezcla de circunstancias llevaron a la economía americana a un aumento de la inflación por encima del 8% en 1973 y del 11% en 1975, y a una tasa de desempleo del 9% en ese mismo año, arrastrando a gran parte de las economías mundiales a igual recesión, y a una nueva crisis internacional.
Como venimos describiendo esta crisis afectó a España de forma especial, generando los altos niveles de inflación de manera sucesiva y llegando de forma sostenida a cerca del 20 % en 1976 y del 28% en 1977, además de las elevadas tasas de paro, dando lugar a la temida estanflación, tal como reza en los preámbulos que llevaron a la aprobación de los Pactos de la Moncloa, en octubre de 1977:
1.° Una persistente y aguda tasa de inflación.
2.° Un desarrollo insatisfactorio de la producción con una caída importante de las inversiones, lo que ha generado unas cifras de paro elevadas con repartos geográficos, por edades, por sexos y por ramas de actividad muy desiguales y ha agudizado los problemas que la misma plantea.
3.° Un fuerte desequilibrio en los intercambios con el extranjero.
De esta forma hemos querido hacer un resumen a modo de recordatorio sobre la causas de la otra gran crisis vivida en nuestro país hace 50 años, que no deja de ser comparable con la que tenemos en la actualidad salvando distancias, (la dependencia del petróleo no es la misma), y por lo tanto sus posibles soluciones, pero en parte tiene casi idénticos motivos y actores, los productores energéticos, ahora el gas y la electricidad, la situación española y sus carencias estructurales y políticas y los factores internacionales.
Después de guerras y pandemias, viene una época de recuperación, gasto público excesivo, aumento de la demanda privada y vuelta a la subida de precios de combustibles y de nuevo inflación y paro. Se repite la historia y los escenarios con casi los mismos actores. Estados Unidos y Rusia formaban parte de aquella guerra del Yom Kippur, Vietnam, sin olvidar la Segunda guerra mundial, y ahora Ucrania, además del papel de los países árabes con el petróleo y otra nueva protagonista que es China.
Nuevos sucesos pero las mismas consecuencias, como es la subida de precios, inestabilidad de los mercados, encarecimiento de las materias primas, combustibles y a corto plazo, si no se remedia, reducción de la producción, caída de la demanda y como auguran las previsiones a corto plazo, desempleo.
En el mapa doméstico, en estos últimos días se ha conocido la tasa interanual del Índice de Precios al Consumo del mes de marzo de 2022, que según el INE, se ha situado en el 9,8%, (la cifra más alta desde 1985), y la tasa mensual respecto al mes de febrero en el 3%.
Esta evolución es debida a subidas generalizadas en la mayoría de sus componentes, destacando los incrementos de los precios de la electricidad, los carburantes y combustibles, así como en los alimentos y bebidas no alcohólicas, que han sido sensiblemente mayores este mes que en marzo de 2021. La inflación subyacente (sin tener en cuenta los alimentos no elaborados ni productos energéticos), también se ha visto afectada y ha aumentado cuatro décimas, hasta el 3,4%.
Aunque la guerra entre Rusia y Ucrania tiene un efecto significativo, no es menos cierto que esta tendencia creciente ya viene observándose desde hace 9 meses, lo que nos hace considerar que se trata de inflación persistente con un gran componente estructural y no coyuntural como se preveía en el pasado año.
Como se defiende desde el Consejo General de Economistas este hecho hace prever que se resienta fuertemente el consumo por la pérdida de poder adquisitivo a causa de la elevada inflación, la presión fiscal y por la contención salarial obligada, para que no se produzca una inflación de segunda ronda, aún más temible, por la espiral salarios-precios que genera. Como consecuencia, esto hará que el crecimiento del PIB se ralentice dado el peso que tiene la demanda interna con el consiguiente efecto también en las cifras de empleo. La demanda interna representa 3,8 puntos del PIB y la externa 1,8 puntos del total del PIB.
Por otra parte, hasta la fecha se está constatando el buen comportamiento de las exportaciones, fundamentalmente a otros países de la zona euro, pero el diferencial de al menos dos puntos en los precios con respecto a la zona euro, unido a un menor crecimiento también de estos países, podría penalizar las exportaciones. En cuanto a las importaciones, fundamentalmente las de materias primas, petróleo…, se están viendo muy afectadas, además de por el propio precio de las mismas, por la apreciación del dólar, dado que generalmente estas operaciones se pagan en dólares.
No obstante, dada la situación complicada de determinados sectores como el de transporte, pesquero, agricultura..., muy afectados por el incremento del precio de la energía y los combustibles, y sin saber aún el alcance en el tiempo del conflicto entre Rusia y Ucrania y la posterior reconstrucción, no solo del país, sino de las relaciones comerciales con Rusia, nos encontramos ante un panorama complejo y marcado por la incertidumbre.
Como aspecto positivo, parece que en España se prevé un buen comportamiento del turismo, ya lo hemos visto esta Semana Santa, y se confía en el próximo verano, siempre y cuando la situación de la pandemia esté controlada y, por supuesto, la guerra en Ucrania tenga un desenlace próximo. Hay que tener en cuenta que España podría considerarse un destino más seguro frente a otras zonas del Mediterráneo.
A pesar de ello, el propio Consejo General de Economistas prevé una nueva reducción del PIB, añadida a la rebaja que ya reflejó en las previsiones de febrero, fundamentalmente por el conflicto bélico. Las circunstancias ahora han empeorado, por cuanto el conflicto se mantiene, se han paralizado relaciones comerciales con Rusia y, sobre todo, se han encarecido aún más la energía y los carburantes además de otras materias primas que están afectando directamente a la cesta de la compra, de ahí también el incremento de la inflación subyacente. Es por ello, que se estima un nuevo recorte en el crecimiento estimado de 1,5 puntos, por lo que el incremento del PIB en 2022 estaría entorno al 3,7%/3,9%.
En esta situación, con una alta tasa de inflación y un crecimiento reducido, con un estancamiento, si no incremento, del paro, se podría decir que estamos ante una amenaza real de estanflación.
Las medidas coyunturales que está adoptando el Gobierno español para paliar los efectos del incremento de la energía y los carburantes, entre las que no se encuentran la esperada bajada de determinados impuestos indirectos, con ayudas directas a determinados sectores, o la limitación del precio de la electricidad, entre otras, harán que el déficit público se incremente y también la deuda pública, dado que el déficit de tarifa habrá que pagarlo antes o después.
Para 2022, el Gobierno ha previsto un incremento de PIB del 7%, con un déficit del 5%. Recordemos que en 2021, el PIB a precios corrientes se situó en 1.205.063 millones de euros, un 7,4% superior al de 2020 y en términos de volumen, el PIB registró una variación del 5,1%.
Dado que el crecimiento del primer trimestre se va a ver muy afectado por las circunstancias adversas comentadas, los economistas consideramos que sería conveniente la actualización de los Presupuestos Generales del Estado de este 2022, para tratar de adecuar las distintas partidas de ingresos y gastos a la realidad económica. Por cada subida de 10 dólares en el precio del petróleo, el PIB español se reduce medio punto porcentual, según Caixabank. En el momento de la elaboración de estos presupuesto, se estimaba que el precio del crudo en 2022 se mantuviera en los 60 dolares el barril Brent, hoy, en abril de 2022 está en 110,83 dolares.
En cualquier caso, será relevante que se adopten medidas que incentiven la inversión privada y que los fondos Next Generation se utilicen para realizar cambios estructurales que fortalezcan el tejido productivo formado mayoritariamente por pymes y sobre todo y muy importante en la investigación de nuevas tecnologías para la sustitución de los energías fósiles por otras más sostenibles y renovables, que nos hagan menos dependientes de terceros países, a la vista de experiencias anteriores.
En cuanto a la política monetaria del Banco Central Europeo, a pesar de las incertidumbres existentes, no se descartan subidas de tipos de interés antes de finalización del año para paliar las tensiones inflacionistas existentes. Aunque tal como ha señalado recientemente su presidenta, Christine Lagarde, “todo dependerán de las circunstancias del momento”, y por ahora se mantiene la compra de deuda a los estados hasta finales del último trimestre del año. Estas medidas tienen un efecto importante en España dado que hasta ahora el Banco Central Europeo es su principal comprador, por lo que en caso de reducirse tendríamos que acudir a los mercados de deuda y con seguridad a un precio muy superior.
De lo contrario se mantendrá por más tiempo de lo esperado el mal llamado a la inflación “impuesto de los pobres”, y su desigual impacto sobre los hogares.
Las familias de menor renta son las que están sufriendo el impacto con mayor intensidad a través de canales diferentes. Por un lado, los componentes de la cesta que están subiendo de precio con más fuerza son los que tienen un mayor peso relativo en la cesta de los consumidores con menor renta. Por otro lado, estos mismos hogares (de menor renta) son los que no han podido acumular ahorro durante la crisis del covid (el exceso de ahorro se concentró en las rentas altas), por lo que el colchón para hacer frente a estos gastos es relativamente inferior. Y por último, estas personas suelen tener empleos en sectores que han sido golpeados con mayor crudeza por la pandemia y presentan, de media, mayores dificultades para negociar sus salarios al alza o lograr algún tipo de indexación.
Pero hay motivos, aunque sean insuficientes para ser optimistas.
Afortunadamente cada vez hay menos salarios indexados a la inflación. Una subida de precios no se traduce inmediatamente como hace cincuenta años en una subida de sueldos. En España lo estamos viendo: la subida media pactada en los convenios se situó en el 2,26% en febrero. Un dato muy moderado que aleja la posibilidad de una espiral inflacionista.
Por la mayor credibilidad de la política monetaria. Se supone que los agentes (empresas, inversores, familias) confían en que los banqueros centrales mantendrán la inflación a raya. En los años setenta a los que hemos hecho referencia, se subieron mucho los tipos de interés para detener la inflación y eso provocó la recesión. Hoy como hemos señalado, el Banco Central Europeo no para de lanzar señales de que se está luchando por controlar la inflación, lo que no quiere decir que no veamos más subidas puntuales.
Ahora bien, este cierto optimismo no dejará de diluirse a corto plazo, como se observa desde otros ámbitos, si nuestros proveedores de materias primas, sobre todo de América del sur, que sustituirán a la gran Ucrania, aprovechan esta sobre-demanda inesperada y mantienen una subida de precios generalizada que provoque, que la inflación en España vaya para largo. Recordemos que la inflación en Argentina en marzo pasado era del 55%, con lo que con estos mimbres es difícil asegurar los precios de los productos finales.
Y finalmente, resulta imprescindible jugar bien las cartas del gas. El gas como recurso energético que irrumpió con fuerza a mediados de los años 2000, ha ido pasando de pequeños porcentajes hasta alcanzar más del 60% de su consumo en la producción de la energía por cogeneración, (esta fuente representa el 10% del mix energético en España) y supone casi el 25% en el mix de producción energética del ciclo combinado, (gas-vapor). Ello significa que se ha convertido en un combustible productor de energía eléctrica importante, aunque con las carencias de un sistema equilibrado como se debe de aspirar en España, como son alcanzar una cierta garantía de suministro, a precios competitivos, y dentro de un modelo sostenible.
La actual coyuntura política de relaciones con Marruecos parece deteriorar aún mas estos tres últimos pilares del sistema energético, que aunque no están confirmadas las amenazas de la subida de precios por Argelia, nuestro principal suministrador, si puede poner en peligro el suministro futuro. Con lo que el Gobierno deberá jugar correctamente la partida con ambos países si no queremos el próximo invierno, tener nuevas sorpresas en precios y restricciones.
Ante este panorama de incertidumbre, con esta situación crítica y compleja es muy dificil hacer estimaciones. Lo deseable es que el conflicto en Ucrania finalice pronto, fundamentalmente por el drama humanitario que se ha generado y que no suponga nuevos riesgos geopolíticos y económicos. Ya que si no llega la paz a corto plazo, y se mantiene una situación inflacionaria de varios meses más, no hemos de descartar medidas drásticas para apoyar a la economía española, evitar la caída del empleo, y por qué no, como apuntan algunos economistas la posible repetición de unos pactos de la Moncloa de 1977, con todas las fuerzas políticas mayoritarias.
Manuel González Tébar. Decano del Colegio de Economistas de Albacete